
El estrés es una respuesta producida por nuestro cuerpo ante determinadas situaciones que suponen un peligro o en circunstancias que conllevan una sobrecarga o una demanda elevada, ya sea en el trabajo, en casa, en la escuela o en otras situaciones en las cuales estamos sometidos a exigencias importantes durante un periodo de tiempo sostenido. Nuestro organismo en estas circunstancias produce hormonas como el cortisol y la adrenalina, que contribuyen a mejorar nuestra respuesta para poder afrontar estas demandas de forma más eficaz. A pesar de que si nos encontramos en estas situaciones crónicamente, puede manifestarse el trastorno por estrés causado por la sobreexposición a estas hormonas.
El estrés relativo es aquel que es sostenido en el tiempo y de menor intensidad, característico de las exigencias que nos impone la sociedad actual. El estrés absoluto, más arcaico, que sería aquel que se activa ante un riesgo inminente y de mayor intensidad, pero que está limitado a un período más corto de tiempo, como puede ser escapar de un animal peligroso. El estrés relativo, al ser crónico y mantenido en el tiempo, puede repercutir negativamente en el sistema nervioso, inmunológico y endocrino, provocando problemas de salud como la osteoporosis, problemas digestivos, musculares, cefaleas, aumento de peso, así como problemas de concentración o de memoria. El estrés también se ha relacionado con alteraciones emocionales como la depresión o la ansiedad y es susceptible de incrementar ciertas conductas de riesgo.
En el estrés no intervienen exclusivamente aspectos fisiológicos. Determinadas características psicológicas constituyen moduladores que regulan el nivel en que el estrés se manifiesta. Entre estos factores se encuentran la valoración de las consecuencias negativas que puede conllevar una situación, la consideración del riesgo, la importancia de la situación y el estilo de afrontamiento que adopte la persona. Así, por ejemplo, una persona que considere que es capaz de resolver una situación especialmente complicada o que no perciba la situación como especialmente difícil, puede sufrir una menor respuesta de estrés en frente a la misma situación, que una persona que no se sienta capaz y que considere que supone un riesgo elevado. Por este motivo, consideramos que la percepción de la capacidad para afrontar una determinada situación, constituye un modulador del estrés que conlleva una disminución de las consecuencias negativas.